Thursday, December 17, 2015

Retomando el tren...


Esteban se encontraba francamente molesto.
Tenía ganas de sacar sus cosas del vestidor, meterlas en una maleta y tomarse el primer tren que partiese a cualquier parte.
Es que cualquier parte era seguro mejor que donde estaba hoy parado.

Vivieron casados mas de 30 años, como siempre le costaba recordar fechas, pero se habían casado mientras esperaban su primer hijo.
Si las cuentas no lo mareaban, Martín ya tenía 30.
Y Margarita, su mujer siempre había sido la encargada de todo.
El trabajaba en su casa, casi.
En el local que construyeron en el mismo terreno adonde se mudaran entonces, y la marquesina pasó por muchos rubros, sin definirse en ninguno, siempre cambiando en sintonía con sus frustraciones.

El tiempo y sus características de personalidad, aparentemente lo dejaron a cargo de su amada.
Ella quiso casarse, decidió el sitio, le armó las listas de cosas imprescindibles, eligió el nombre de cada hijo, marcó el territorio de tal manera que a él le resultaba mas fácil no perderse.
Ella era una topadora. Y una gran armadora de mediocampo.

Una arquitecta que desarrolló en 20 años una empresa de construcciones que tenía mas de 40 empleados, 4 sucursales, 6 camiones mezcladores, varias oficinas en las principales capitales del país.
Había educado 4 hijos, y pertenecía al grupo de Oración de la parroquia.
Obviamente, su crecimiento económico les había tornado mas fácil sostener ese estilo de vida.
El que aspiraba Marga, mientras él coleccionaba antidepresivos.

Ambos tenían autos importados, ropa de marca, vacaciones y viajes, una casa en Uruguay, una en el sur, tres departamentos en Carilo, y por la tendencia de la inversión afuera, un piso en Miami, y una casona en las afueras de Milano.

Hacía casi un año que él estaba parado en medio de un remolino de malestares que no hacían mas que multiplicarse.
Esteban era casi ingeniero, porque era casi varias cosas.
Nunca logró terminar una sola de las carreras en las que se anotaba con gran entusiasmo, pero dejaba huyendo por las cornisas.
Lo abrumaban los papeles, los eventos sociales, la simultaneidad de las demandas, la necesidad de registro que en el 2015 lo llevaba a sufrir por perder las contraseñas a todo lo que necesitaba. Antes perdía las llaves.
Margarita sabiéndolo instaló un sistema de cerraduras inteligentes.
El decía que era la reconfirmación de su estupidez.

No podía dejar de pensar, cuánto tiempo llevaba allí parado.
Manos en su camisa, mirando la nada.
Estaba acostumbrado.
Desde que en lugar de tomar las iniciativas de ella y embarcarse en un nuevo emprendimiento, eligió pensarlo, y dedicarse a estudiar sus propias opciones, había empezado a sentirse incómodo.
Acostumbrado a colgarse, a las huidas de su mente, mientras su cuerpo estaba cual árbol plantado inmóvil, ya estaba.

Pero ahora todos los días desde hacía un tiempo eran agobiantes.
Ella llegaba cansada, claro, había dado vueltas con dos teléfonos, perseguido clientes, reunida con tres gerencias, resolviendo temas bancarios..supervisando gremios.
El no había salido del escritorio.
Mirando por la ventana que solo le mostraba el edificio de enfrente.
Desde que dejaron la casa del lote, él sintió que había quedado su alma atorada en el cerco, y partió en la camioneta su cuerpo, su único aliento surgía cuando sentado allí volaba entre diferentes ideas de negocio. Abriría esta vez él el local, y se haría cargo de todo.

Ella lo llevó mientras tanto a recorrer psiquiatras, neurólogos, psicólogos, monjes budistas, yoguis. Buscando permanentemente alguien que corrigiera sus defectos.
Parecía que ella era el prototipo del estándar a copiar, y así es que vivió agradecido de que Marga fuera tan misericordiosa como para amar a alguien tan fallado.
Olvidó si la amaba.
Pero recordaba muy bien que era estar enamorado.

Tal vez alguna vez eso fue divertido, pero ahora cuando las cosas empezaron a ponerse buenas para él, de la noche a la mañana Margarita parecía se la que había perdido algo.

Estaba acostumbrada a criticarlo.
Pero jamás toleró una crítica. Ni un comentario, ni una pequeña modificación a sus propuestas.
Todo era perfecto si ella hacía el diseño.
Hasta el último viaje.
Recordaba la entrada al lobby del hotel de Chicago, con la sensación de la escena de la película Despertares...Cuando los enfermos zombies aletargados se despiertan y hablan, bailan, sonríen.. Eso duró poco, éste despertar de Esteban había aparentemente durado demasiado.
Demasiado para la tolerancia de su esposa.
Jamás le importó quien era su terapeuta, o su psicólogo, o que rubro quería instalar en su negocio.
Ella firmaba los cheques y compraba su voluntad y su silencio.
Algo mas que ello.
Había pagado mientras el resultado le fuera conveniente.
Entrando al hotel, ella se acercó sola al front desk, dejándolo como un botones, pero Esteban a paso firme esa vez decidió abrir la boca.
- Gracias, Peter. Dijo Margarita tomando las llaves. Vamos subiendo de prisa.
-Me encanta la suite con vista a la ciudad, me encanta la terraza a pesar del frío. remató su esposa.
- Perdón. oyéndose la voz de Esteban
- Peter, detesto importunarlo, pero no tomaremos la suite de la terraza esta vez, hay demasiado viento, es demasiado grande, sin necesidad y prefiero la suite que da al lago. Si no recuerdo mas es la #601.
Casi con la mandíbula tocando su esternón, Margarita fue esta vez la que quedó muda.
- Perdón Esteban, no vamos a importunar a Peter ahora, de todas maneras estaremos aquí solo 4 días. Podemos ir subiendo.
- No hay inconveniente, dijo el gerente. Aquí están las llaves. Para serles sincero, el Sr. tiene un excelente argumento para convencer a quien conozca un poco. Si van a tener vista, nada como el lago. Y debe recordar que pusimos doble ventana en todas las suites con vista al Michigan. Muy atento Sr.
Gracias, dijo Esteban.

La cara fracturada de Margarita, hablaba sola.