Ana
Le gustaban las tardecitas de sol.
Pasaba largas horas mirando por la ventana, los atardeceres
en el jardin de su pequeña
casita pueblerina.
Mientras
su memoria, que a pesar de su edad aún funcionaba bastante
bien , era escenario de fotos de la historia de la menor de sus hijas. Ana.
Una
hermosa niña, hermosa mujer, mucho mas bella y encantadora que su primogénita,
paradójicamente portadora de un historial de amores, desamores y finales
tristes, que volvía irremediablemente a quedarse sola.
Sabía
que vivir con ella había sido un buen arreglo.
Estaba
muy deprimida, angustiada y sabía que le duraría un tiempo. Y ella era su
madre.
Ambas
mujeres, finalmente podrían reparar al menos aquella historia marcada por peleas
y tensiones, esa era su idea.

Madre de
varios hijos, todos fueron arribando a un destino de familias estables salvo
Ana.
Buenos colegios, clubes y buenas familias le rodearon siempre.
Pero Ana
pasó la mitad de su adolescencia, saltando de una pareja a otra, enamorándose y
desenamorándose tan rápido que llegaban sus hermanos a confundir los nombres de
sus candidatos.
Era hermosa,
inteligente, seductora, de sus dos hijas mujeres sin dudas era la portadora de
todos los encantos femeninos y de la mezcla de Atenea y Afrodita juntas.
Habrá
sido que sintió que eso le proporcionó alguna ventaja?
Juana no
había tenido la misma suerte.
Flacucha, de cara espigada y ojeras enormes, sin
gracia, parecía siempre enferma.
Mediocre en el colegio, dedicada a la
costura, siempre vivió detrás de su máquina. Ahora se dedicaba al ropa de diseño, una suerte evolutiva del corte y confección de su infancia.
Nadie
se daba cuenta que estaba, a veces debía reconocer que ni ella, su madre
lograba dedicarle una sonrisa.
Tímida, excesivamente introvertida, parecía
siempre malhumorada cuando estaba con otros.
Y
pensar que no daba ni un penique por verla casarse.
Y allí
vivía Juana, casada hacía 25 años, con una familia estable, sus tres hijos
encaminados, y un trabajo con logros.
Seguía seria, mientras Ana tenía el don de una campanita.
Había
sido seguramente un enorme desafío ignorar la atracción de la simpatía y la belleza de su hermana. Tal vez nunca había logrado hacerlo.
Y la madurez le daba aun mas brillo a su belleza.
A pesar
de ser una abogada exitosa y con varios postgrados en el exterior, tampoco parecía ser estable su
carrera en el trabajo.
Temperamental, atolondrada, impulsiva, era una experta
en pegar portazos.
En
todas las facetas de su vida.
Los portazos marcaban su súbito cambio de rumbo.